lunes, 1 de agosto de 2011

El Fracaso del Republicanismo

El acuerdo alcanzado por Barack Obama para evitar el default estadounidense reafirma la rendición incondicional como sustrato de la política económica del líder demócrata. A cambio de elevar hasta el 2013 el techo de endeudamiento (que le permite garantizar el pago de obligaciones hasta después de las elecciones), Obama se compromete a una poda histórica del presupuesto del Estado Federal y claudica su principal caballo de batalla en este entuerto: la eliminación de las exenciones impositivas a aquellos norteamericanos que superen el cuarto de millón de ingreso anual.

El abandono de la principal bandera de Obama en la disputa por un “enfoque balanceado” que abordara el problema del déficit crónico no sólo ajustando el gasto público (con las consecuencias sociales y económicas que ello conlleva) es el corolario de una actitud timorata que se acentúa cuanto más radical se presenta su contraparte. En efecto, la negociación para evitar el default fue elevando las apuestas de los contrincantes, hasta el punto tal que el primero en tomar una actitud “racional” iba a ser el derrotado. El Tea Party, facción extremista del GOP, obligó a los republicanos a llevar la amenaza de la cesación de pagos hasta el final, en una apuesta riesgosísima que podría haber acabado con esta experiencia de conservadurismo ultrista. Tanta osadía tuvo su recompensa ayer, cuando Barack enterró definitivamente su modesto ensayo de volver a ser aquél líder que invitaba  a jugarse patriadas, sin más ayuda que la “Audacity of Hope”. De nuevo, vimos al Obama centrista, supuestamente por encima de las facciones partidarias (pero sistemáticamente funcional a la conservadora), que de tanto ir a la captura de los votos  independientes ya comienza a olvidarse la razón por la que buscaba ocupar la presidencia en primer lugar.

Obama podría ayer haber subido la apuesta, enfrentar la extorción del Tea Party redoblando el desafío y haber violado el debt ceiling acogiéndose a la 14° Enmienda o apelando a cualquier otro artificio legal. Pero no, fue más importante para el atenerse al marco normativo, respetar las instituciones, obedecer el más obtuso republicanismo y someterse a una pequeña minoría radical que aprovecha esas ventajas procedimentales para condicionar la política económica de todo un país, el más poderoso de todos. No sea cosa que tanto "populismo" espantara a la middle class, que de todas maneras no va a votarlo mientras que la crisis económica se mantenga, lo cual parece estar asegurado en tanto se insista en la receta del ajuste fiscal, tal como lo demuestra el ejemplo griego.

Lo que sucede en Estados Unidos no deja de ser un ejemplo cabal de los límites del progresismo blanco, incapaz de llevar hasta el final cualquier batalla política, que si es tomada en serio inevitablemente implica poner en riesgo el capital político propio, en una apuesta que no puede ser regimentada por andamiaje institucional alguno, porque de ser real nos obliga a forzar los límites de lo establecido e, incluso, a veces hasta de lo permitido.

Por suerte, acá en Argentina hace tiempo que nos dimos cuenta que “en la vida las cosas se consiguen peleando”, y que cuando nos piden el tan mentado “respeto a las instituciones”, bajar la confrontación, fomentar el diálogo o terminar con la “crispación”, en realidad nos están reclamando entregarnos de pies y manos frente a aquellas corporaciones que sí están dispuestas a llegar a cualquier extremo con tal de defender sus intereses.

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